sábado, 4 de febrero de 2017

"Instantes". Capítulo 2

Al día siguiente ya no era un día más, ya no era una mañana de invierno como cualquier otra, no. Ebbe no solo había perdido la noción del tiempo, sino la racionalidad acerca de su vida y de camino al trabajo, aproximadamente donde creía que se había topado con aquella chica puso su mayor atención a cualquier persona que pasaba a su alrededor dándose cuenta de algo que nunca había reparado antes, bien por dirigirse a su puesto de trabajo como una rutina impuesta por la sociedad vigente, bien por pura sistémica. Jamás había pensado como giraba el mundo sin pararse alrededor de todos y cada uno de nosotros. Comenzó a fijarse en tantas cosas que lo rodeaban como nunca antes se había parado a pensar; jóvenes en grupo haciéndose los famosos “selfis” sin percatarse de lo que les rodea, gente mayor con el carro de la compra, todos andando deprisa por llegar a algún lugar, ya que el tiempo no se detiene a esperar por nada ni nadie ¿por qué íbamos a hacerlo nosotros? Personas en pareja disfrutando del día, pero Ebbe se había fijado en una diferencia algo absurda quizá para muchos, de entre todos ellos era bastante perceptible al ojo humano, todos y cada uno de nosotros sin darnos cuenta o queriendo solemos llevar el mismo estilo de ropa que marcan las revistas, las tendencias actuales, los patrones que nos marcan... en vez de elegir lo que cada quién quiere realmente llevar puesto, sin vergüenza al qué dirán, las miradas que podamos recibir, sin tapujos, siendo uno mismo, porque al fin y al cabo la ropa no marca quiénes somos bajo ella. Pocas personas existen en el planeta que sean así y las que lo son, ole todos y cada uno de ellos. Nadie se percataba por ejemplo de que ese día hacia un sol resplandeciente y cuatro chicos estaban cantando y tocando instrumentos cerca de la boca del metro, como un padre jugaba con su hijo pequeño lanzándolo al aire a carcajada limpia mientras la madre lo grababa todo en vídeo, como volaban de alto los pájaros entonando sus melodías, llamándose entre ellos, como pasaba de largo cualquier persona al ver a un mendigo cerca suyo, huyendo como si tuviese la peste negra. La cantidad de vallas publicitarias de todo tipo, pero sobre todo, Ebbe se fijó en las referidas al aspecto físico estereotipado actual por el que se muere la mayor parte de la población joven y no tan joven dejando incluso de alimentarse, qué irónico es todo, el noventa por ciento de la población se pone a dieta por verse con otro cuerpo diferente incluso llegando a dejar de alimentarse cuando el otro diez por ciento de la población no tienen un bocado que llevarse, cuan avariciosa puede ser la población por conseguir sus metas pisoteando a cualquiera que se le ponga en su camino sin cerciorarse de si a quien han pisado está bien o no… En fin, más que avanzar y pensar en crear una sociedad más igualitaria, Ebbe pensaba que estábamos retrocediendo en el tiempo.


Ebbe sumido en sus pensamientos casi no se dio cuenta de que aquella chica misteriosa acababa de colocarse justo a su izquierda en el semáforo, bajó la mirada y como el otro día, ella estaba concentrada en su teléfono móvil, moviendo los dedos más agiles que alguna vez haya visto, más rápido incluso que su sobrino Rag de tan solo nueve años, “dichosa tecnología” pensó Ebbe con un suspiro tan fuerte que más de una persona se le quedó mirando incluyendo a la joven de ojos esmeraldas ahora fijos en él, hoy tenía una mirada interrogante, como diciendo “¿a qué viene ese suspiro? Entonces, Ebbe reunió todo el coraje que no tuvo el día anterior, decidió pasar a la acción y hablarle. Se acercó a ella lentamente y se colocó a su izquierda, todavía no sabía cómo iba a hablarle pues al acercarse, se dio cuenta de que llevaba puesto unos auriculares, por lo que con la mano le toco el hombro despacio para que no se asustara ella se giró bruscamente y mirándole a la cara le dijo:


—¿Pero de qué vas tío?


Ebbe al contemplar sus ojos, esos ojos que le estaban martilleando la cabeza desde que los vio, se quedó sin habla y ella volvió a exclamar esta vez algo más enfadada y medio gritando:


—Oye, te he hecho una pregunta, ¿es que eres sordo? Que de qué vas, que quieres. —dijo la chica misteriosa levantando la ceja.


Con una educación refinada y diferente al habla de la joven Ebbe le respondió:


—Perdona, em…esto yo, solamente quería saber si eras tú. —Dijo Ebbe un poco tímido, nunca antes le había pasado aquello con una mujer.


—¿Tú? ¿tú quién? Espero que puedas soltar más de un monosílabo porque parece que acabas de aprender a hablar. Dime rápido que es lo que quieres, que llevo algo de prisa. —Le respondió la pelirroja mirándole fijamente.


—La chica del otro día, creo que nos tropezamos.

—Ah, ya. Eres el tipo raro aquel, bueno ¿y qué?


—Pues que me preguntaba si querrías tomar un café conmigo y charlar un poco, creo que te debo una disculpa por aquello. —Se atrevió a decirle, ahora ella era quien debería tomar la decisión.


—Bueno, salgo de currar a eso de las ocho de la tarde, ¿te parece que tomemos algo en el bar Kva? No es porque trabaje ahí y me pille más cerca, simplemente porque tienes que probar una tapa especial que solo nosotros hacemos, por cierto, me llamo África. —Dijo ella algo más animada.


—Me parece una buena idea, yo salgo del trabajo a las siete y media así qué me pilla de camino a casa, yo soy Ebbe y encantado. Entonces te veré allí África, adiós.


—Igualmente, y hasta luego, Ebbe.



Ahora era ella quien estaba intrigada, el otro día cuando se la quedó mirando sin dirigirle palabra, por alguna extraña razón que todavía no llegaba a entender del todo bien, Ebbe tenía algo que la atraía, quizá el aire misterioso, el nerviosismo que plasmaba, o simplemente aquella preciosa sonrisa y su metro noventa. De todos modos, ya lo descubriría más tarde, pues había dado con bastantes tipos del mismo estilo, solo que sabía que él iba a ser diferente al resto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario